¿Cuáles son nuestros méritos para vivir dónde vivimos? ¿Qué grandiosa obra hemos realizado para tener como premio una vida en el primer mundo? ¿Quién nos metió en la cabeza esa idea tan extraña de poseer una "nacionalidad" y sólo por ello creernos dignos de una vida digna y creer usurpador a nuestro hermano menos afortunado? ¿Porqué es capaz, un trabajador del primer mundo, de considerar enemigo a otro compañero de clase cuando los une un explotador común?
Vivimos bajo un paragüas globalizador del sistema capitalista (salvo, a mi modo de ver, honrosas excepciones) que es, por definición, injusto e incapaz de conseguir una calidad de vida mínima (digna) para la mayoría de los seres que habitamos este maltrecho planeta.
Sólo una mínima parte de las gentes del mundo (entre los cuales nos encontramos los escritores de este blog y posiblemente casi todos sus lectores) tenemos la suerte de despertar cada día en el lado bueno del capitalismo. Nos hacen pensar, y este es su gran logro, que hicimos algún mérito para encontrarnos donde nos encontramos y que este sitio privilegiado nuestro peligra por culpa de aquellos que no lo disfrutan y quieren, quien no querría en su situación, mejorar sus vidas y las de sus seres. Han creado una falsa clase media. Ninguna cárcel es tan segura como aquella en que los presos se creen libres.
Quizá estas reflexiones estén motivadas por mi carácter puramente apátrida, pero así lo siento.
Posiblemente la imagen más triste y que me ha hecho sentir más asco de mis semejantes ocurrió una noche de verano cuando, estando tranquilamente en Los Caños, apareció una patera hastas los topes de inmigrantes subsaharianos. Empezó a bajar gente a la playa y a perseguir a los inmigrantes al grito de: "¡¡Llevan grifa!!". Si hubiese tenido una kalashikov en mi poder, todos aquellos blancos que corrian por la playa estarían enterrados ahora en los bonitos cementerios de sus bonitas ciudades. Perdí en gran medida la confianza en el ser humano.
Señores, todos los que vienen de África son personas que viven en condiciones extremas de pobreza, hambre y violencia. La única forma de evitar esta situación es que en sus países de origen tengan posibilidad de una vida mínimamente esperanzadora. Es el reto del siglo XXI.
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